La Iglesia Un Retrato Hablado
Cuando vemos una imagen, un retrato, un arte plasmado en un lienzo de algún artista o pintor de renombre, o una fotografía de alguna persona, de algún paisaje bonito, como el de un niño, un río, un puente, un bosque, una cría de animales, en fin, algo sobresaliente, diferente, hermoso, nuestros ojos se llenan de satisfacción y nuestros corazones se regocijan.
Es posible sentir alegría al ver el retrato de una persona amada o de algún ser querido o de alguien que nos cae bien y comenzamos a descubrir sus cualidades positivas, negativas, agradables, y/o desagradables, en ese retrato.
Pero en esta exposición quiero presentar el retrato real de Jesús. La Iglesia. Si comenzamos a describirlo y a desear tener de esas cualidades, de esa hermosura, de esa compasión y ternura que transmite el Señor con su mirada, con su entrega, y con su amor, debemos actuar para lograrlo.
La iglesia debe estar dispuesta a que todo esto se refleje en ella para que el mundo sienta el deseo de ver y conocer el dueño de ese retrato, y al mismo tiempo estaría ganando mucho terreno en ese mundo el cual estaría admirado de la misma manera que ve cómo la iglesia lucha unida por alcanzar a los que no han creído y que se encuentran esparcidos por todo el globo terráqueo, esperando ver el reflejo de Cristo en su diario vivir.
Mi deseo es que este libro sea de mucha ayuda y bendición a todo el que tenga la oportunidad de leerlo para que se prepare cada día mejor, y pueda traer a los que faltan por entrar al redil, sobre todo en estos días tan difíciles, de pandemia, enfermedades de todo tipo, y falta de fe por los que está atravesando la humanidad. La decisión de hablar de este tema no fue tan fácil, pero es una realidad, como creyentes necesitamos describir y exponer lo que creemos es la Iglesia. Lo hacemos por lo que vemos, lo hacemos por lo que experimentamos a diario, lo hacemos por nuestra experiencia, lo hacemos porque quisiéramos ser recordados por el valor inmenso de la Iglesia para nuestra sociedad, y lo hacemos, porque si no nosotros los creyentes, entonces, ¿quién?
Aún más, lo hacemos porque estamos más que seguros que la misericordia de nuestro Dios unida a su gracia maravillosa ha de ayudar a que todo el que se acerque a leer estas páginas será grandemente bendecido e iluminado para entender lo que es realmente la Iglesia: Un Retrato Hablado. Al mismo tiempo, quisiera que se aseguren un lugar en el reino de nuestro Padre y Creador y al final poder gozarse con todos los santos en las moradas celestiales que Cristo nos fue a preparar. Pero, sobre todo, que al salir de esta tierra puedan dejar una historia y que alguien más pueda ser impactado. Que nuestra vida pueda contar para alguien. Que entendamos que nuestra existencia se debe a una razón. Todos tenemos un propósito en esta vida que Dios nos ha permitido vivir, y al hacerlo, si creemos en Él, no podemos actuar de espaldas a sus preceptos.
“Una mañana de 1888 Alfredo Nobel, inventor de la dinamita, el hombre que había pasado su vida acumulando amasar una fortuna fabricando y vendiendo armas, se despertó y leyó su propio obituario. El obituario salió impreso como resultado de un error periodístico. El hermano de Alfredo había muerto, y un reportero francés al descuido informó la muerte del hermano equivocado. Cualquiera se hubiera perturbado bajo las circunstancias, pero para Alfredo la sorpresa fue abrumadora porque se vio a sí mismo como el mundo lo veía: ‘el rey de la dinamita - el fabricante de armas-’, el gran industrial que había amasado una inmensa fortuna vendiendo explosivos. Esto, en lo que al público general le preocupa, era todo el propósito de su vida (así decía el obituario). Ninguna de sus verdaderas intenciones: Derribar las barreras que separaban a los hombres y las ideas, se reconocen o se les dieron consideración seria.